sábado, 12 de agosto de 2017

Breve comentario sobre Hombre irracional de Woody Allen.

"La filosofía es masturbación verbal."
Abe Lucas.

Desconozco por completo el éxito o fracaso que pudo tener en 2015, fecha de estreno, esta película de Woody Allen. Desconozco también el nombre de los protagonistas. No alcancé a leer los créditos. Por supuesto que sus caras me fueron muy conocidas; la de la pelirroja que en Birdman era rubia (imposible olvidar esos ojos eyectados del rostro), y la del tipo de  Gladiador, el que con el dedo arriba o abajo decidía el futuro de los luchadores; muy famoso él, por cierto. Podría perfectamente googlear y escribir acá sus nombres, trayectoria y demás, pero es que realmente no importa. No quiero posar de cinéfilo ni nada de esas cosas que no soy. En cambio, el nombre que sí me importa y que me aprendí para siempre es el de Abe Lucas, un brillante profesor de filosofía sumido por completo en el absurdo. Y me lo aprendí fácil, como me aprendí el de Eladio Linacero, el de Roquentin y el de monsieur Meursault. Por cierto, me hubiera gustado que alguien me hablara antes de esta película, le estaría agradecido toda la vida, como le agradezco a Feinmann que me haya llevado a Camus y a Sartre; como le agradezco a Onetti que me haya llevado a Arguedas; como le agradezco a Díaz que me haya llevado a la nada, porque la nada es todo para mí;  es decir, si bien no todo al menos es algo, un punto de partida y no un final, una conclusión como muchos creen. Pero nadie lo hizo. La vi porque así tenía que ser y ya está. En realidad eso da igual. Lo que me interesa y quisiera es tratar de terminar esto que empecé a manera de comentario. Lo cierto es que ahora no sé qué sea. Juzgue usted, amigo lector. 
Abe Lucas, como decía más arriba, era un reconocido y brillante profesor de filosofía que había caído por completo en el absurdo. Su vida carecía totalmente de sentido. Y aunque era atractivo, lucía descuidado, con un vientre muy pronunciado y un rostro demacrado, caminaba despacio e inclinado hacia adelante,  siempre ebrio, con una joroba que empezaba a dejarse notar. Pero eso no le importaba. A este hombre nada le importaba ni hacía feliz. No reía, no disfrutaba del sol veraniego ni de la paz que brinda la suave lluvia, ni de los amaneceres, ni del café, ya ni del sexo que solía ser su refugio. Ni de nada. Empero creo que era apenas compresible que tuviera esa actitud, pues su madre se había suicidado cuando el pequeño Abe tenía escasos doce años. Todo era basura para él, hasta el mismo alcohol en que estaba inmerso. Pensaba que no había una razón de peso para vivir.
Por otro lado, Lucas gozaba de cierto prestigio dentro del mundo académico, lo que lo llevó a recibir una oferta de trabajo en una universidad lejos de casa (obviamente no recuerdo ni el nombre de la universidad ni dónde quedaba. Y poco importa, realmente). Se fue a vivir y a enseñar allí, sin más esperanzas que las de encontrar buen whiskey.
En esa universidad conoció a Rita, una colega que no dudó desde un principio en insinuársele y él en acceder. También conoció a la inteligente Jill Pollard, una estudiante suya con quien también se enredó sexualmente. Y fue con Jill, la chica del cabello suavemente rojo y ojos ligeramente eyectados del rostro (iba a decir putamente) e hinchados y verdes, muy verdes, con quien Lucas encontró sorpresivamente el sentido de su vida; a ver, fue con Jill pero no por Jill que Lucas encontró un motivo para vivir. La cosa fue así: estaban los dos en un café, charlando y demás, cuando de repente Jill se interesó por la conversación de la mesa de al lado que escuchó por accidente, e invitó a Lucas a que sentara de inmediato a su lado para que pudiera oír: una señora, madre de unos pequeños, contaba su drama personal a otras personas que estaban con ella; les decía, entre otras cosas, que el corrupto juez de familia Thomas Spangler (tampoco olvido el nombre de ese infame) había fallado en su contra, quitándole la custodia de sus hijos y dándosela al padre, un hombre malo que no tenía forma de tenerlos bien, solamente porque éste, el juez Spangler, simpatizaba con el abogado de su ex. Por supuesto que esta mujer estaba destruida, iba a perder a sus hijos en pocos días. En aquella conversación esta pobre madre deseó cándidamente la muerte de Spangler. Pero Lucas, que escuchaba atento, le respondía en la mente, le decía a la dama que eso no iba a pasar si no lo provocaba, porque "desear no funciona". Y es verdad; si uno quiere que algo pase no basta con desearlo, hay que hacerlo. Y quién mejor que él para ese trabajo. Era trabajo de Superlucas.
Las sorpresivas ganas de vivir de Lucas radicaban, pues, en que iba a matar al juez de familia Thomas Spangler. Había encontrado al fin una razón para vivir.  No cabe duda que las lágrimas de la mujer lo conmovieron profundamente. Pensaba que matar a ese "bicho" era hacerle un bien a la humanidad. Por otro lado, lo motivaba un asesinato perfecto, artístico, estético, y para ello, por supuesto que debía ser con veneno, con cianuro específicamente. Así que su vida se llenó de luz, de color. Los días dejaron de ser grises... Empezó a disfrutar del sexo con Rita y con Jill y de todo lo que antes había desdeñado, como la naturaleza y sus paisajes, por ejemplo. Se lo veía beber menos también. Era un hombre nuevo, sin duda, desde el momento mismo en que empezó a planear la muerte de Spangler. Y lo mató, en efecto.
Pero esta felicidad le duraría muy poco a Abe Lucas. Estaba convencido de que el asesinato había sido perfecto. Ignoraba por completo que lo habían visto salir temprano de casa aquel sábado aciago. Entretanto, Jill Pollard se daba cuenta de que el asesino del juez Spangler era el profesor Abe Lucas, su amante. Estuvo segura de ello el día que entró a la casa de Lucas y encontró en su escritorio una copia de Crimen y castigo de Dostoyevski, y en la copia algo anotado referente al asesinato. Lo descubrió y lo presionó para que se entregara. Iban a condenar a otro hombre en su lugar. Moralmente eso estaba mal, y ese sentimiento de culpa le incomodaba mucho. Lo paradójico es que Lucas tenía varias publicaciones sobre moral. Suele pasar con frecuencia en las películas de Allen, lo paradójico juega un papel fundamental en la vida de sus personajes. Pero no voy a hablar de Allen y su estilo de cine filosófico, sino de Lucas, de Abe Lucas.
Este filóso no se iba a entregar nunca a la justicia porque por ese crimen premeditado lo tenía que pagar con su vida según las leyes. No se iba a entregar porque por primera vez en toda su existencia había logrado comprender por qué la gente amaba vivir, amaba tanto la vida y luchaba por ella. Entonces, como un crimen le abre la puerta a otro, diría Jill, Lucas planeó matarla. Es decir, no se iba a entregar, está claro, por tanto tenía que eliminarla, porque si él no se entregaba ella lo entregaba. ¡Cómo iba a renunciar Abe Lucas a su nueva vida, llena de sentido y color! De nuevo el tiro le salió por la culata, pero esta vez no falló la ruleta rusa. Pienso en Raskólnikov, también él se creyó un superhombre. Y pienso en mí.

miércoles, 9 de agosto de 2017

Destierro

Salía a sudar toda la absurdez del día. Desde temprano había tenido la impresión de no poder esperar la noche para salir a correr el patetismo que se había apoderado de mí desde apenas entrado el alba. Y corrí largo rato, sin descanso, a la velocidad en que se pueden ver las cosas. Y vi niños jugar alegres junto a padres ausentes, distantes, un poco en otra cosa, en el teléfono, en el carro, con ropa de oficina encima, pesada, un hilo de algún perfume todavía. Corría y no me dejaba el absurdo, a mi lado, a mi ritmo, adelante, atrás, pero ahí. Seguía y más adelante el bus, lleno, la gente húmeda, hambrienta, somnolienta, cansada; y frenaba descortés y se apiñaban en el centro; arrancaba y se incorporaban de nuevo, volvían a la misma forma de antes, un poco encorvados para hacer contrapeso a algún bolso.  
 
Llegaba a un parque a buscar un aire que no me pareciera tan pesado, tan hostil, y a buscar algo de tomar porque no aguantaba la resequedad de los labios. Fue cuando vi la pareja. La brisa me traía un susurro extranjero, una voz ronca y seca, sorda, masculina, la que más hablaba. Luego de cinco minutos de disimulada atención supe que se trataba de una pareja de venezolanos, y me reproché no haberme dado cuenta antes, no haberlo sospechado al menos, intuido. Juzgué mi distracción. En suma, el venezolano, de espaldas, en mangas de camisa, que alguna vez fue blanca, le decía a la chica, con una convicción que me parecía infantil, que todo iba a estar bien. Naturalmente es muy distinto que planees un viaje, que te prepares, que juntes dinero y al cabo de cierta suma reunida te vayas, que te crezcan alas y vueles. Distinto es que organices, calcules todos los detalles con antelación, sepas a dónde vas a llegar y hasta tengas un empleo ya seguro, digno. Otra cosa es que decidas cuándo irte. En la cara de ese par no había tal cosa. Era la cara de unos desterrados, de alguien que tuvo que dejarlo todo de golpe; a juzgar por la edad, de un padre y una hija ya adulta, veintitantos, hablando del dichoso futuro; más bien hablando él, porque de la voz grave de la mujer sólo se escuchaban improperios en contra del culpable de su situación. Cuando al fin pude verle el rostro, bajo la luz amarilla, débil de una lámpara, vi en sus ojos apagados, negados a la noche, el destierro, la ignominia, un rictus de desconsuelo, de nada que hacer, de resignación. En cambio, el hombre sonreía sincero, dándole a su hija suaves golpes en la parte de la espalda desnuda y en el pecho de senos pequeños, puntudos, indiferentes. Ella negaba con la cabeza siempre, la frente arriba, húmeda, abyecta. Cuando alzaba la voz, el hombre le ponía el índice trémulo en los labios, dulce, tierno; no la dejaba insultar abiertamente, despotricar libre en un país ajeno que todavía no terminaba de aceptar su infortunio.  

Me iba. Salía corriendo de nuevo a gran velocidad para desprenderme de la imagen; pero al cabo, los pulmones reclamaban lo suyo, el espacio que la nicotina les venía robando por años, y tuve que parar, sentarme, descansar. Me pareció una ironía gigantesca el hecho de haber sido testigo de esta desgracia familiar justamente acaecida en el parque Venezuela.  Un momento más tarde me incorporé y seguí, caminando esta vez, lento, reflexivo, apretado.

sábado, 22 de julio de 2017

El egoísta.

El egoísta.

-Estaba preocupado. Llegas tarde.

-Entonces, ¿por qué no me llamaste?

-Estas calles se ponen peligrosas en invierno, lo sabes.

- Hace más frío acá adentro. Además, conozco bien París, lejos mejor que tú, que no sales.

-Eres terca como tu papá.

-Traje este pan.

-¿De la La Conquête du Pain?

-No compro pan en ningún otro sitio; no hay más panaderías como ésta en París. En realidad te lo envió Pierre. Quiere verte. Dice que hace mucho no sales.

-Quién iba a pensar que el París le iba a ganar al Madrid en la Casa Blanca -mirando hacia  la tele que la mujer encendía-.

-¿En Washington?

-No le ganaba hace siglos. El mejor fue Rabiot, sin duda.

-Casi me atropella un carro.

-Mañana debe estar terminada la novela.

-Me hubiera matado ese Citroën.

-El título...Puede ser el título.

- Yo venía distraída y él muy rápido.

-El final...Creo que el final tampoco está completo, le falta algo...

-Es profesor de la París VIII...

-Aunque he pensado mucho en dejar la novela abierta, tipo Chéjov. Ya sabes.

-De Filosofía. Aunque... Me pusiste a dudar, no recuerdo si es de Filosofía o de Historia.

-¿O será que la cierro?

-No, déjala abierta para que salga todo el vaho -hablaba desde la cocina mirando hacia la ventana de la sala-.

-Tienes razón, la dejaré abierta, ese vaho limita al lector.

-Con que quede abierta un poco será suficiente.

-Tienes razón de nuevo, demasiado abierta dejará desorientado al lector.

-Con un poco que abrió la ventanilla del Citroën salió todo el vaho, ese vaho -suspiraba-.

-Lo sé. Los finales, dicen, hay que cerrarlos; aunque a mí me gustan abiertos.

-Esta sopa te sentará bien. Es de garbanzos.

-Pienso en Cortázar cuando me dices eso. No puede haber un modelo; todo es norma, ley, postulado, paradigma, tópico, etc.

-Aparte, me ofreció empleo de traductora. Tiene contratos con universidades latinoamericanas.

-No hables de traducción todavía, por favor, no te adelantes a los hechos.

-No me caería nada, pero nada mal un empleo. En esta situación...

- No te preocupes. Cuando publique esta novela todo será diferente. Me compraré otro traje y un escritorio.

jueves, 20 de julio de 2017

LA CONSTRUCCIÓN DE LA MUJER EN LA TELEVISIÓN COLOMBIANA



A lo largo de la historia las mujeres han sido idealizadas como un objeto sexual, para el hogar, y con poca participación en la sociedad. Actualmente esa situación no ha cambiado mucho, y aunque se diga que al ser femenino se le está brindando una oportunidad en la sociedad, se puede ver cómo El modelo líder en la tv colombiana (telenovelas) sigue siendo el de la feminidad hegemónica, los lugares en los que circunda aún en la televisión colombiana es en el hogar y en el prostíbulo.
Las mujeres en la televisión han desempeñado muchos papeles, pero aun así, el imaginario acerca de la mujer en la televisión colombiana sigue siendo demasiado estereotipado, un ejemplo claro en la telenovela Yo soy Betty la fea escrita por Fernando Gaitán; producida por Fernández, M. Tinjacá, R. (1999-2011) y lanzada por primera vez gracias a RCN Televisión. Esta telenovela trata de la vida de una muchacha llamada Betty la cual se consideraba fea porque dentro del concepto de belleza establecido por la sociedad no entra ella; la mujer se encuentra en una lucha constante con la finalidad de ser aceptada por la belleza más no por la inteligencia. Cuando ingresa a trabajar a Ecomoda su pensamiento se ve mucho más degradado, puesto que en esta empresa las mujeres que alcanzaban un alto trabajo eran las bellas, por el contrario las demás eran plebeyas. Finalmente esta telenovela deja un mensaje que aunque parezca motivador, es a su vez destructor, porque Betty “la fea” y el grupo de las plebeyas terminan bellas, dando a entender que la belleza prima ante los valores, y que siendo bella lograras grande cosas
La  telenovela muestra pues un cambio en la personalidad del personaje principal, Betty, cuando era “fea” poseía una personalidad tímida, acomplejada, rechazada por su entorno, sumisa, enamoradiza, era débil; sin embargo, cuando ya era socialmente bella se volvió exitosa. Lo que da a entender que en esa sociedad la mujer sigue siendo un ente que solamente alcanza el éxito y es socialmente aceptada por su belleza, tratándola como su fuese un objeto más al cual hay que embellecer cada día más, y que sin esa belleza no alcanza ningún valor.
A partir de ello, podemos decir que se contribuye a la creación y reforzamiento de estereotipos sobre la mujer, quien es representada de una forma negativa en un contexto machista, dentro de un entorno aparentemente normal, en el que ser bonita o prostituta para encajar es valido; lo cual genera que la sociedad vea aceptable este tipo de comportamientos que terminarían realizándole un daño a la misma.
Este tipo de televisión que ha llegado a cada uno de los hogares colombianos, sobretodo en los que carecen de recursos económicos, se convierte en el ejemplo que muchas niñas creen deberian seguir. Desean tener senos y glúteos más grandes para poder tener  a un hombre que tenga dinero y que se fije en su belleza y sensualidad, convirtiéndose a sí mismas en un objeto sexual más en la sociedad colombiana.

el estereotipo de mujer joven o la mujer como objeto sexual sigue siendo el común denominador en este medio, Esta imagen se ha ido transformando en su construcción simbólica sin embargo se sigue prefiriendo una imagen tradicional con la propagación de estos programas también en la sociedad moderna. En contraste, la mayora de las veces veces exaltando el valor del hombre. "La voz que se impone en los programas de textos dramáticos y algunos no de ficción, es la del hombre que, desde su mirada perspectiva del mundo, está narrando esa realidad", explica Jesús Arroyave, director del Departamento de Comunicación Social de Uninorte. Esta investigación hace parte de un proyecto nacional liderado por la Comisión Nacional de Televisión (Cntv) y la Asociación Colombiana de Universidades (Ascun), que responden a la preocupación de formar audiencias con sentido crítico de los contenidos de la televisión.

Podríamos afirmar entonces que la imagen de la mujer real está desapareciendo de la televisión (comercial) en favor de ser sustituida por un baldío canon femenino impuesto socialmente, en una pequeña pantalla vista desde ojos masculinos. Un ejemplo de esto sería la otra de las creaciones de las compañías televisivas: Sin tetas no hay paraíso, dirigida por Luis Alberto Restrepo y transmitida por Caracol Televisión (2006). En esta, las mujeres son exhibidas como un símbolo sexual, quien necesita un buen cuerpo para triunfar, para dejar de ser una pobre más del país, y la única opción probable que se le plantea es la prostitución, pues la educación para la mujer no es siquiera considerada como una salida, por lo tanto debe exponerse a maltratos sexuales para poder adquirir dinero.

Camila, quien tiene un esposo y dos hijos, familia que pudo crear a pesar de estar estudiando, finalmente se graduó y en la actualidad trabaja como docente de un colegio jornada completa, este trabajo le ha permitido un avance personal; sin embargo, es consciente que al terminar su jornada laboral debe partir a recoger a los niños a la escuela, llegar lo antes posible y preparar la cena antes que su esposo llegue, ayudar a sus pequeños a hacer las tareas y tratar de descansar  para madrugar a preparar a toda su familia para un nuevo día.

Lo anterior, evidencia que si bien el estatus que en la sociedad ha alcanzado la mujer es tal para poder acceder a un empleo digno con su respectivo salario y poder sustentarse a sí misma, la imagen que prevalece es la de la mujer que debe estar atenta a resolver los quehaceres del hogar aun cuando su esposo puede colaborar, es ella quien llega del trabajo al igual que él, pero esta con la responsabilidad de cumplir con el cuidado de su familia.

Concluimos entonces que a la mujer se le sigue percibiendo en escasos matices. “La evaluación espontánea de las mujeres respecto su imagen en la pantalla es, generalmente, negativa. Se la percibe de manera estereotipada y con escasos matices. Una adecuada manera de ejemplificar los escasos matices en los que se sigue persiguiendo a la mujer a pesar del indudable avance del papel de la mujer en la sociedad es  la derrota de Hillary Clinton ante Donald Trump, mujer que aparentemente había ganado la aprobación de una considerable parte de la población estadounidense dejó evidenciado un resultado sorprendente para una contienda donde la primera mujer que es nominada por uno de los principales partidos de Estados Unidos compitió con un candidato que incluso manifestó los comentarios más misóginos y sexistas de cualquier nominado a la presidencia en la historia más cercana de nuestros tiempos.

Las principales razones que se mencionan en sus discursos son: 
(i)Su aparición en televisión se debe a la explotación de su cuerpo y belleza. 
(ii)Son “artificiales” en su apariencia física, ya que “performativizan” el cuerpo a través de operaciones.
(iii) Se agreden a sí mismas y a otras mujeres y, (iv) No cuentan con la formación profesional adecuada para los roles que desempeñan


Fernández, M. Tinjacá, R. (productor). 1999-2001. Yo soy Betty la fea. Bogotá, Colombia.: RCN Televisión.
Restrepo, L. (director). (2006). Sin tetas no hay paraíso. Colombia. Caracol televisión.

jueves, 6 de julio de 2017

El "saco" que es la memoria en Con el doctor afuera de José Félix Fuenmayor





el protagonista campesino permanece anónimo a lo largo de la narración. Fuenmayor elabora aquí una estrategia discursiva con la que se propone presentar, a través de la experiencia rural de este bracero, la perspectiva de toda una comunidad campesina. El núcleo central de la narración ocurre en las inmediaciones de una finca. Desde este lugar, un ordeñador recuerda con nostalgia a un antiguo patrón, a quien solían llamar “El doctor” (un doctor en leyes), un sujeto ajeno a la vida provinciana y que llegó a aquel lugar:

“… ni biche ni verde para madurar
     sino maduro para pudrirse” (énfasis agregado).

Este cuento es, en su totalidad, una auto-reflexión sobre el fenómeno de la memoria. Fuenmayor la alegoriza presentando la imagen de un saco. Para el campesino, este es el lugar hacia donde se dirigen y en el que se acumulan los recuerdos. Estos solo pueden ser recuperados cuando se experimenta un estímulo que los traiga de vuelta hacia el presente de los personajes. En este caso en particular, el estímulo que hace que el campesino recupere los recuerdos que tiene de aquel doctor es generado por un taburete que este le había regalado un poco antes de morir. Cada vez que este jornalero se sentaba en su taburete, no hacía sino recordar los eventos acaecidos en aquella finca y la relación que entabló con el sujeto urbano.

En la aproximación que Fuenmayor hace del lenguaje rural, no solo recrea la costumbre campesina, sino que también trasciende sus categorías para situar a su personaje protagonista como un intelectual de la vida. Veamos el siguiente fragmento donde el ordeñador explica cómo funciona el saco (la memoria) y cómo se recuperan los recuerdos que allí habitan:  

“… no puedes sacar ninguna cosa que salga de ella sola sin que se le vengan pegadas las otras. Vamos a ver. Saca a manuelita. ¿Te salió sola?”


Este hombre (el ordeñador), esta Idealizando sobre el mecanismo con el que funciona la memoria involuntariamente. el campesino no experimenta una sensación de alegría o extrañeza. Sino que su memoria revela no solo nostalgia por la vida y muerte de aquel doctor, sino que expone, también, una tensión ideológica entre dos visiones de mundo: la urbana y la campesina.

Estos recuerdos, al permitir dar una vuelta rápida y repentina hacia el pasado, dirigen la diégesis hacia distintos momentos en los cuales ambos personajes compartieron historias y experiencias de vida. Su postura ante la vida se desprende de la relación que ha efectuado con su realidad, con la naturaleza, con el mundo vegetal y el animal. Es por esto que su lenguaje responde a un universo cultural donde la vida en el campo tiene primacía: 

"Eso de cómo es una persona no se contestar bien contestado que es como a mí me gusta contestar. A mí pregúntenme por una vaca y ya estoy dando con las palabras que la pintan hasta mejor que un retrato. También un burro lo puedo explicar que lo reconocen en seguida solo o entre otros burros. Pero si es gente, después te salen con que como dijiste era equivocado, y es porque tú dices cómo lo viste pero no sabes cómo lo va a ver el otro; porque ni la gente está lo mismo siempre ni tampoco el que la ve está siempre lo mismo".

En esta narración, subyace la coexistencia de los elementos de la cultura letrada (el doctor) y la cultura popular (el ordeñador). El doctor lleva consigo los valores y los hábitos de una sociedad urbana. Hay que aclarar que este señor:

“era un forastero que le compró la finca a Don Clodo y en ella se metió y de ella no salió más, hasta que le llegó su hora y lo sacaron del baúl”

En por otro lado, a pesar del tono afectuoso con el que el ordeñador se dirige  hacia el doctor, da a conocer sutilmente, la tensión a causa de la diferencia de estatus y la visión diferenciada acerca del mundo que cada individuo tiene:

“… el doctor se reía de lo que yo hablaba, siempre se estaba burlando, qué iba yo a hacer, tan bueno era el doctor. Y también yo lo excusaba porque él era hombre de ciudad, no comprendía el monte, y ya no iba a aprender”



miércoles, 5 de julio de 2017

El seminario


El Seminario había sido todo un éxito. Alguien tenía que enseñarles a esos policías normas de conducta, de comportamiento en una sociedad. Alguien tenía que hablarles de ética y de estética. De la segunda sobre todo.
Una de mis exigencias al Gobierno Nacional para llevar a cabo el Seminario era que asistieran vestidos de civil: no soporto los uniformes, tampoco a los uniformados.
Para empezar, les hablé de mi vida académica y profesional, en esto se me fueron los primeros tres cuartos de hora. Si alguien tiene que hablar de los títulos que he conseguido, por supuesto que ése debo ser yo; sin embargo, y sé que no me van a creer- lo cual me tiene sin cuidado- no hablaba de mis logros para asombrar a la "autoridad", simplemente era un ejercicio de rutina que esta vez se prolongó un poco más que de costumbre.
Confieso que fui duro con estos pobres, aunque creo, felizmente para ellos -y para mí porque si no me hubieran asesinado al salir- que no entendieron absolutamente nada cuando me burlaba de su oficio: la ignorancia, ¿no?
Tuve que cambiar el lenguaje del discurso para que lograran entender algunos puntos clave que me recomendó el señor Presidente hiciera énfasis, pues veía en aquellos rostros tostados por el sol una confusión gigantesca; pero cómo no: unos a duras penas eran bachilleres y otros compraron el "cartón".
Mi respetable e imponente figura empezó a pasearse por el auditorio. Hablaba 
mirando de cuando en cuando a alguno de los asistentes a los ojos, formulaba 
preguntas que nadie respondía, miraba de soslayo los garabatos que hacían en sus 
libretitas. En una oportunidad lancé una mirada a una libreta que decía "le hubiera 
hecho caso a mi mamá que estudiara para que no fuera policía como mi papá"; en otra "malparido hijueputa"; en otra más "mami vamo a selo con ropa en el asensol"; y en una última -con la que estuve de acuerdo- leí "el cura predica pero no aplica". En fin, me tiene sin cuidado saber en qué pensaban esos individuos en ese momento, está claro que uno de ellos en sexo.

En síntesis: concluía El Seminario. Lo disfruté de pe a pa. Me sentí muy feliz cuando hubo por fin terminado. Hice el ligero repaso consuetudinario en mi cabeza, de tratar de establecer cuál de todos mis seminarios había sido el más exitoso, y si bien creo que éste no lo era, por lo menos estaba entre los tres mejores: el mejor, sin duda, fue uno que hice en Caracas, Venezuela, dirigido a la Guardia Nacional Bolivariana.
Tomé mi maletín, lo abrí, guardé mi laptop y unos documentos sueltos que tenía sobre la mesa. Bebí un último sorbo de agua y me dispuse a salir del lugar. Subía corriendo las escaleras, empero, en el último escalón, un súbito espejo mortal no me permitió pasar: era la mitad de joven, los mismos ojos verdes, las mismas facciones, la misma imponente nariz, la misma boca invisible, las mismas cejas perfectas; total, la misma arrogante expresión. Empecé a dudar, a viajar al pasado, a buscar el error.
Tenía su mirada fija en mis ojos y de vez en cuando en las pesadas gotas de sudor que inquietas empezaban a rodar por mis mejillas.
Rompió el silencio: -Mi madre lo conoce a usted- me dijo. Sentí vergüenza, no 
obstante osé preguntarle: ¿cómo se llama tu mamá?

No tiene sentido mencionar la respuesta, tampoco los pormenores... Lo único que les puedo asegurar, si la memoria no me falla, es que pasó una sola vez, quizá dos.

Mi fiel...


Esta sentado ahí mirándome fijamente con sus ojos de ternero degollado, con sus orejas alzadas y el osico apuntando a mi dirección, sus ojos son como dos luceros.

Me pregunto qué querrá. Fijo su mirada en él y este inclina un poco la cabeza como buscando mi aprobación . ya se lo que quiere, mi cama, que le parece tan deliciosa como las golosinas. Le encanta acostarse aquí, tumbarse por horas y horas sin hacer nada. Dejando su pelaje en mis sabanas cada día. 

De patas cortas, orejas grandes y pelaje hasta el suelo, ya no es un cachorro. Cinco años después continúa mirándome como el primer día. Mi amigo fiel. Sus grandes ojos ahora tapados por su pelaje,  jadeando como si mostrara una sonrisa, y haciendo sonidos que me hacen pensar que está a punto de hablar. Nunca va a cambiar. Espero que nunca lo haga.

Me doy por vencida y con dos golpes en la almohada, le hago saber que está admitido. Un segundo después de un salto está a mi lado acostado esperando ser acariciado.

sábado, 1 de julio de 2017

José María Arguedas: Del dolor y catarsis a la antropoficción


“Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.” 
Jean Paul Sartre 




La vida-obra del escritor indigenista y antropólogo peruano José María Arguedas Altamirano (Andahuaylas, 18 de enero de 1911 – Lima, 2 de diciembre de 1969), es un documento histórico antropoficcional (una suerte de fusión entre antropología y ficción, es decir, el estudio del hombre a través de la ficción) que está colmado de elementos autobiográficos, pues toma desde muy temprano su trágica experiencia de vida como ejemplo sobre la situación del hombre y la mujer andinos. Esto le permite hablar con propiedad del indígena peruano, lo conoce porque convivió con éste, y adquirió su lengua, el quechua, como lengua materna. Arguedas se sentía indio entre los blancos y blanco entre los indios, "un blanco aculturado por los indios" diría Ángel Rama (1985); este conflicto cultural es producto del desarraigo de que fue presa desde muy niño y se verá reflejado en su obra como un tema recurrente. 


José María Arguedas fue un hombre que conoció la maldad a muy temprana edad como tantos otros niños serranos de su época, y se reconoció en un universo dicotómico, como señala Ángel Rama, entre dominadores y dominados, decidiendo ser el portavoz de los últimos, y no servidor de los primeros; característica esencial de la etnoliteratura o literatura popular, ya que se presenta como una desviación del canon impuesto. 


La producción literaria de Arguedas condensa tres características básicas que Hugo Niño señala en su ensayo El etnotexto como concepto; éstas son: ficción, documentalidad y testimonio. A partir de estos conceptos vamos a entender la obra de Arguedas no como un mero producto estético ficcional, sino como un documento antropoficcional serio que da cuenta de la difícil situación de los indígenas del Perú, respecto al maltrato que recibían de los gamonales, es decir, de los dueños de la tierra, de los poderosos, estas familias serranas. Lo interesante es que Arguedas describe al hombre y a la mujer andinos y la vida en el Ande a partir de lo que sufrió en carne propia cuando era apenas un chico. En palabras del mismo Arguedas, en un discurso que pronunció en la ciudad de Arequipa en el año 1965 en el Primer encuentro de narradores peruanos:  Voy a hacerles una confesión un poco curiosa: yo soy hechura de mi madrastra. Mi madre murió cuando yo tenía dos años y medio. Mi padre se casó en segundas nupcias con una señora que tenía tres hijos; yo era el menor, y como era muy pequeño me dejó en la casa de mi madrastra, que era dueña de la mitad de un pueblo; tenía mucha servidumbre indígena y el tradicional menosprecio e ignorancia de lo que era un indio, y como a mí me tenía tanto desprecio y tanto rencor como a los indios, decidió que yo había de vivir con ellos en la cocina, comer y dormir allí. 


Escribe por una necesidad de reconciliación social, claro, pero fundamentalmente por una razón de tipo personal, ya que el motor de su pluma fue el sufrimiento que suscitó el desarraigo, lo que ocasiona “sacar al indio de su tierra para llevarlo al bullicio de la ciudad”, como él mismo diría en Warma Kuyay, un lugar que no comprende y donde tampoco es comprendido. Por tanto, podríamos decir que la obra de Arguedas fue su vida; es decir, no podemos separar "vida y obra" como normalmente se hace con otros autores, sino que en su obra está inmersa su vida. Dicho de otro modo: la producción literaria y antropológica de Arguedas, que es una sola (producción antropoficcional), se puede comprender como un proceso catártico personal y promotor al mismo tiempo de una catarsis social, que era su objetivo, presentarle al Perú y al mundo otra visón de la vida indígena hasta ahora desconocida por muchos, e ignorada por todos. Empero, ¿qué se entiende por catarsis? ¿Es la obra de José María Arguedas el producto de una catarsis? Freud diría que la catarsis es una descarga de emociones y afectos ligada a recuerdos o experiencias. A partir de este breve concepto y del conocimiento que tenemos de la ya mencionada trágica vida de Arguedas, podemos entender su técnica de creación literaria como un proceso de catarsis donde el autor de cierta manera libera esos recuerdos que alteran su consciencia o su equilibrio mental para transformarlos en un modo de sanación y trabajo tanto personal como colectivo, donde trata de subsanar todo eso que alguna vez le lastimó en sus primeros años de vida (y le iría a lastimar por el resto de sus días hasta el día que decidió terminar con su vida), pero que al pasarlo al papel se convierte en un producto literario y científico al mismo tiempo. De este modo, podemos decir que el sufrimiento de Arguedas fue –y es- el de todas las gentes del Ande, ya que entendió el problema indígena al posarse en las dos orillas de esta caudalosa quebrada cultural. Este proceso catártico sirvió también para mantener vivo el legado de su cultura, la que él defendía y presentaba de una manera diferente a la que venían trabajando los anteriores indigenistas, mostrándole al Perú y al mundo entero el trasfondo cultural y social de lo que era en realidad un indígena, la esencia y lo que significaba serlo, ante el desconocimiento abismal de lo que era verdaderamente un indio. 


En Warma Kuyay (1933) (amor de niño), como lo indica José Miguel Oviedo, es uno de los cuentos más conocidos del autor y acaso el primero que fue publicado. En este relato están presentes los temas que tanto preocuparon al autor: el desarraigo o migración indígena del campo a la ciudad, la ignominia y la opresión, temas que constituyeron su propia experiencia de vida. Arguedas conoció la maldad desde muy temprana edad, como ya lo habíamos mencionado, y supo que quien la perpetraba era quien tenía el poder, por eso se forjó la siguiente visión política: se dio cuenta de que los que tenían el poder eran malos. Tampoco le era ajena, y acaso con rabia la percibimos en el relato, la cobardía de que era presa el indígena serrano frente a un gamonal o terrateniente, mas no frente a la naturaleza salvaje que lo rodeaba o frente a un semejante, cosa que no entendía el pequeño Ernesto, alter ego del niño José María, en Warma Kuyay. 


Por otra parte, hay que decir que la lectura de la obra de Arguedas puede resultar compleja al estar, como él mismo lo diría, “quechuizada”; es decir, llena de quechuismos o expresiones en quechua, pues revelaría en algunas entrevistas y ensayos que le era muy dificultoso castellanizar sentimientos o emociones que él había interiorizado en quechua desde niño. Lo anterior se debe a que aprendió primero el quechua que el castellano, lo que le permitió interiorizar primero 
expresiones y sentimientos propios del quechua, elementos que trata de expresar en su obra no con poca dificultad en castellano. 


Para concluir, podemos decir que la obra de Arguedas, al estar tan impregnada de elementos autobiográficos, conduce de manera implacable al lector a la reflexión, pues vemos la vida de un hombre envuelto en una cultura golpeada por ideologías de pensamiento adverso, antagónico. Por ello, se trata de presentar la vida-obra de este autor como un producto que justifica la importancia de la protección y entendimiento de la cultura indígena, a través de la visión de los hombres y mujeres de los andes, usufructo de la antropoficción producida por Arguedas; es decir, el conocimiento que nos proporciona el autor acerca de los modos de sentir, pensar y actuar del indígena peruano a través de su ficción. 


Reconocer el mérito de José María Arguedas, nos lleva a emprender un viaje en lo profundo del sentimiento y la sangre andina, siendo eficaz en lograr conectar la intensa sensibilidad que nos envuelve de sus escritos destacando ese valor histórico desplegado abiertamente en la arquitectura de sus letras con el objeto de mantener vivo su legado desde la postura de ese indio real, fuerte pero también cargado de tristeza y amargura. Sin duda, la confesión personal presente y el impacto generado a través de ésta, es una forma de dimensionar el alma al desnudo de todo un pueblo ceñido a la esperanza de hallar en la literatura, la mejor manera de sacar a la luz su verdadera esencia, con la convicción firme de recordar siempre quiénes son.

BONDAD, GRATITUD Y LUCHA: LAS OTRAS RAYAS DEL YABEBIRÍ




En Cuentos de la selva, del escritor uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937), un libro de cuentos infantiles publicado por primera vez en 1918 en Buenos Aires, Argentina, se encuentra el relato al que vamos a tratar de aproximarnos a lo largo de las siguientes líneas: El paso del Yabebirí. En guaraní significa literalmente "río de las rayas", debido a que en sus aguas alberga un sinnúmero de estos peces cartilaginosos y venenosos. Quiroga, dicho sea de paso, vivió durante dos periodos de su vida en la región selvática de Misiones, en Argentina, donde se halla el cauce del Yabebirí, y que desemboca en el Paraná, en Brasil, atravesando parte de una zona selvática del Paraguay.

A través de Cuentos de la selva el autor reflexiona sobre la vida de los animales y la llegada de la civilización a la selva, de la especie humana y su vida en este lugar, que con prepotencia y necesidad de dominio llega como un intruso a desequilibrar. Asimismo, enseña al mundo este lugar inhóspito con unas características propias de esa zona del sur del continente americano, una fauna y flora silvestres que menciona con los nombres vernáculos con que se conocen en la región, elementos identitarios que cobran gran importancia dentro de la narrativa latinoamericana. 

En El paso del Yabebirí los animales tienen la capacidad de hablar; no podemos decir que tienen otras facultades humanas como sentir o pensar, porque sabemos de sobra que los animales sienten y piensan; quizá sea ese un punto que pretenda sacar a flote el autor en sus reflexiones sobre la selva y trate de transmitir a los niños y jóvenes el amor y respeto que merecen los animales. Pero lo interesante de todo esto es que siempre realizan dichas acciones, como sentir, pensar y hablar dentro y desde su fisonomía animal, es decir, son animales que están condicionados por su anatomía y no se extralimitan. Estas facultades (personificación) le permiten comunicarse con otros animales y con los seres humanos, aspecto que le da un aire de verosimilitud importantísimo a la diégesis, debido a que centra al lector en un ambiente selvático real, donde hay una comunicación entre unos seres y otros cada uno desde su roll y con una problemática a resolver; en cambio no en uno imaginario o fantástico donde hay árboles hablan, peces que vuelan y serpientes que caminan. Hay que resaltar que en este relato se maneja un lenguaje muy sencillo, poco habitual en otras narraciones del mismo autor; lo emplea con el fin de llegar a ese público infantil al que inicialmente está dirigido. 

Dentro del relato, por otro lado, la selva se muestra como un ente perfecto, autosostenible, con unas reglas y principios que el hombre en su necedad viene a transgredir. Y eso es precisamente lo que ocurre en el cuento que nos ocupa, una transgresión; pescar con dinamita, hecho primero de la narración, era no solo una brutalidad sino también una barbaridad: "Tiran una bomba al río, matando millones de peces". Empero, esta práctica realizada por unos hombres malvados invasores de esa región, es rechazada por uno bueno, muy serio, que llega a vivir allí, a Misiones. Este hombre trata de devolver el equilibrio natural de las cosas, conmovido por la muerte inútil de los peces chiquitos que "no sirven para nada". Siente, pues, lástima por ellos, y actúa echando a esos hombres a cazar a otro lugar. Por su parte, los peces habitantes del río quedan enormemente agradecidos por el gesto que el 
hombre tuvo con ellos. Experimentan un sentimiento humano, sí, pero también animal, que es el de la gratitud. 

Empero ocurre algo: este hombre bondadoso para la comunidad del Yabebirí, tiene problemas con el tigre y quizá lo agrede, aunque las rayas lo justifican, acción que desencadena el ataque de los tigres y que las rayas impiden a toda costa. Este sujeto resulta ser para este tigre y para su familia, como es natural, una amenaza, a quienes aniquila con su "winchester" en una acción postrera, cosa que permite entrever que el hombre es un cazador implacable, de esos que no desperdician tiro, pues en tan sólo dos minutos acabó con toda una manada de tigres. Aquí entramos en una contradicción selvática: para los habitantes del Yabebirí el hombre es un amigo, un buen tipo que llegó a Misiones para salvarlos de las garras de esas bestias humanas; para los tigres es un intruso. Como es natural, las rayas van a proteger a toda costa la vida de ese buen hombre a quien tanto aprecian y por quien están dispuestas a dar la vida; y, en efecto, la dan en la batalla que libran contra la manada de tigres que perseguía al hombre por un hecho que se dio de manera confusa, ya que no se sabe a ciencia cierta quién atacó primero al otro. 

Otra cuestión importante para resaltar es que si bien una lectura profunda del relato permite ver entre líneas algunas contradicciones de carácter filosófico, entre lo apolíneo y lo dionisíaco de las estancia del ser humano en la selva, al final, en el último párrafo, como es natural en la narrativa infantil, podemos ver concluida una perfecta armonía entre hombre y naturaleza, aunque lograda a sangre y fuego, justificada por una amistad y cariño entrañables que había sembrado este hombre bueno en los corazones de los pobladores del Yabebirí, y en algunos otros habitantes de la selva, como el zorro, quien oportunamente dio aviso a las rayas del peligro en que estaba su amigo, y del carpincho, especie de roedor a quien por estos lados conocemos como ponche, que fue el que trajo el arma con que el hombre acabó con los tigres. De este modo, el autor deja abierta la posibilidad de la estancia del hombre en la selva de manera armónica, advirtiéndolo, sin embargo, de ciertos peligros a que debería enfrentarse. 

Asimismo, otro aspecto del relato que es importante resaltar, es el suceso del combate a muerte de las rayas contra los tigres. En esta batalla hubo un gran protagonismo por parte de las rayas jóvenes, debido a que su espíritu de lucha no dejó desfalleció ni dejó desfallecer a las rayas adultas que se encontraban ya sin fuerzas y con la moral por el suelo, o mejor en este caso, en el fondo del río: "-¡NI NUNCA!- gritaron las rayas más jóvenes y que no tenían tanta experiencia", expresión que en el mismo relato se explica es propia de las gentes de esos lados del Paraná que hablan el guaraní. De este modo, el cuento deja, sin duda, varias enseñanzas a los más jóvenes e invita a la reflexión a los adultos. Definitivamente no hay enemigo pequeño y la unión hace la fuerza. 

Para concluir, se puede decir, de acuerdo con lo anterior, que se cierra un ciclo: la gratitud ahora era mutua, el hombre se sentía agradecido con las rayas que le salvaron la vida arriesgando las de cientos de ellas, hicieron en realidad mucho más de lo que él hizo por ellas. La bondad y la gratitud se manifiestan, pues, en el relato, como sentimientos positivos en medio de un ambiente hostil que fue la batalla con los tigres y la expulsión de los hombres que pescaban con dinamita, ambiente de selva en general. Se respira lucha y paz en la misma medida. Termina así, pues, una linda historia de amistad y de lucha conjunta, de reciprocidad e intercambio, de esfuerzo y sentimiento, de guerra y de paz entre el binomio hombre-naturaleza. 


Referencias: 

1. Cuentos de la selva, Bogotá - Colombia, Editorial COMCOSUR. Págs 41-52. Todas las citas se hacen de esta edición. ISBN: 978-958-59509-3-1. 
2. Daniel Rodriguez, Naturaleza y degradación en ocho cuentos de Horacio Quiroga, 2005. México. 
3. Martha L. Canfield, Horacio Quiroga: La selva sagrada y el reino perfectible, 1990. Colombia.

jueves, 29 de junio de 2017

¿Qué es leer?

“Lee y conducirás, no leas y serás conducido".
Santa Teresa de Jesús.

La literatura es una actividad estética y creadora de productos, obras de expresión oral, verbal o escrita. Como diría Vítor De Aguiar E Silva, es una forma determinada del mensaje verbal. Pero no basta la mera producción de información por parte de un autor para que este cumpla una función en la sociedad; si no también lectores capaces de decodificar esa información y tomarla para sí, estudiarla, analizarla e interpretarla en una forma profunda.

De eso se trata la lectura; de la capacidad de tomar un texto cualquiera y reconstruirlo simbólicamente a fin de interiorizarlo y/o adaptarlo a la vida propia.

Leer no es sólo trasladar un  material escrito a la lengua oral, eso seria una simple técnica de descodificación, leer significa interactuar con un texto, comprenderlo y utilizarlo con fines específicos.

Por otro lado, como lo dijo una vez el escritor británico W. Somerset Maugham. Adquirir el hábito de la lectura y rodearnos de buenos libros es construirnos un refugio moral que nos protege de casi todas las miserias de la vida. Es esta entonces una de las  funciones principales de la literatura, y hasta de textos no literarios. El hecho de leer materiales dispuestos para el conocimiento, o la recreación, nos aleja de la realidad inmediata por un espacio de tiempo e incluso posiblemente nos hará olvidar momentos de desdicha determinados. El lector, se vuelve inmune a la vida real por un breve lapso de tiempo y de alguna manera se recupera para volver a su realidad y enfrentarla.

Leer es también una es una actividad de interacción. se aprende a leer a muy temprana edad, pero es necesario profundizar en técnicas de comprensión lectora para que la lectura no sea sólo superficial sino de aprendizaje. No importa el ritmo, o la cantidad pero sí la calidad. Podemos leer cuentos cortos de una página, y nos darán más alimentación que si leemos una novela apresuradamente.

Sin título

Quisiera olvidarte
poder despertar sin que seas mi primer pensamiento
sin anhelar tus brazos
necesitar tu pecho en mi espalda
o tu nariz en mi pelo.

Poder caminar en paz
sin querer encontrarte en cada paso
o imaginar tu perfume
verte en cada rincón.

Suponerte caminando a mi lado,
Hablando de lo que sí y lo que no.
Sin buscar respuestas,
viviendo el día.

Quisiera no tener que amarte
sentirme tranquila sola conmigo,
o sola sin mí.

Ahora
el tiempo es una estaca de recuerdos que queman
pero,
qué es la vida sin ellos... ¿Verdad?

Y te pienso,

Te pienso, desde el segundo en que despierto te pienso e imagino qué habrá sido de ti
 ¿me pensarás también tú? ¿O habré quedado para siempre en pasillos olvidados en tu mente?

Mi día se vuelve tenso y quejumbroso sin ti, me alimenta el recuerdo de tu voz y la esperanza de algún día volver a verte y poder abrazarte como solía hacerlo. Quizá suceda pronto o tal vez en muchos años, no lo sé, no me importa. Esperaré a ese momento, sin importar el tiempo.

Espero que ese día sigas queriéndome y extrañándome como yo, o que por el contrario hayas encontrado la felicidad en otros brazos y en tus ojos se vean destellos de una vida plena; así también seré feliz, porque tú felicidad será mi felicidad aún de lejos o muy cerca

Te pienso, por supuesto que te pienso.

Breve análisis de La Montaña de Enrique Anderson Imbert



“La ficción es lo característico de la actividad humana. Somos animales simbólicos que hemos inventado un mundo de símbolos”       
Enrique Anderson


Enrique Anderson Imbert evidencia en sus obras un gran dominio de los mecanismos del género narrativo, con una tensión cohesiva sin digresiones, sin delaciones. El cuento no se abre, no se mezcla, no se confunde, se cierra sobre sí mismo y se desliga de su autor. Tal es el caso del cuento La montaña de su autoría, en la que el conocimiento  de la función poética resalta la gran variedad de uso de los recursos estilísticos.

Anderson Imbert persigue la desestructuración, la trampa a los sentidos para hacer salir al lector del la zona de confort, y situarlo al otro lado, hacia una reelaboración del límite, de la frontera entre lo real y lo fantástico. Por ello, inicialmente este relato podría ser clasificado como realista, en una precoz evolución hacía la fantasía, destacando finalmente en esto último. El lector se queda con un alto grado de irresolución, con preguntas sin resolver y vacíos sin llenar, quizá, con el único fin de que sea él quién llene esos vacíos.

El desarrollo que Anderson Imbert lleva a cabo en este relato es impoluto, en la que parte de una situación aparentemente corriente, y sólo con una frase consigue darle un giro inesperado.

Inicia en plena acción, (El niño escalando el cuerpo de su padre). Se evidencia la ausencia de datos específicos sobre los personajes aposta que realiza este escritor absentista con el fin de crear la ambigüedad final en la que se da un cambio ontológico de espacio pero no de tiempo en la que el mismo niño se transporta a una verdadera montaña y el padre desaparece hallándose sólo y despavorido en una alta nada.

Podría ser entonces, este cuento,  una mera metáfora de la vida, y el camino y cambio que atraviesa el hombre hasta llegar a una cima en la que muchas veces se encuentra sólo luego de haber escalado sobre otros, sobre muchos sin importar el qué o incluso en quién, capaz de sobrepasar límites con el fin de alcanzar el objetivo propuesto pero finalmente el hombre nota su soledad y se deja acorralar de ella, quedándose consternado y atemorizado por posible su final. También se puede interpretar cómo es la búsqueda de un ser supremo y omnipotente que el hombre desea realizar, pero que cuando le es imposible verlo a simple vista se desespera y comienza a dejar de creer en todo aquello que un vez deseó ver.

Y así como estas se pueden realizar muchas interpretaciones de este micro relato, ya que a través del lenguaje poético se crea un mundo ficcional en donde lo que está escrito va generando en el lector la idea de un mundo posible a través de la imaginación, pero que sin lugar a dudas nunca va a salir del plano irreal.

La originalidad es también otro elemento muy notable, pues este cuento corto salta de un “mundo real” o plano cotidiano, y da un giro completamente inesperado, para llevarnos con el lenguaje poético a lugares fríos e inhóspitos, donde el ser humano no desea estar. Y precisamente esta originalidad es la que permite que los relatos perduren, ya que van adquiriendo autonomía por las distintas connotaciones que se le da a los hechos y/o cosas.
Por ejemplo: “Cima nevada de la cabeza”

Lo que permite dudar acerca de cuándo la cabeza es fría, si se supone que el sol se vierte directamente sobre ella. O es que en la altura se puede estar hundido.
En estos ejemplos es en donde se observa con mayor recurrencia el uso de los recursos estilísticos que embellecen el lenguaje, lo que demuestra que su autor tiene una intensión y una voluntad artística con su creación


Por último, el narrador es uno cuasi-omnisciente como lo clasifica el mismo Anderson Imbert en su libro Teoría y técnica del cuento (1979) a pesar de sus restricciones, puede seguir a sus personajes a los lugares más recónditos, relata en tercera persona y presenta los hechos por partes, a su acomodo para darle un matiz particular a este relato corto, dejando entonces datos importantes a la deriva para “beneficio” del lector, en otras palabras, que este pueda sacar sus propias conclusiones.