miércoles, 5 de julio de 2017

El seminario


El Seminario había sido todo un éxito. Alguien tenía que enseñarles a esos policías normas de conducta, de comportamiento en una sociedad. Alguien tenía que hablarles de ética y de estética. De la segunda sobre todo.
Una de mis exigencias al Gobierno Nacional para llevar a cabo el Seminario era que asistieran vestidos de civil: no soporto los uniformes, tampoco a los uniformados.
Para empezar, les hablé de mi vida académica y profesional, en esto se me fueron los primeros tres cuartos de hora. Si alguien tiene que hablar de los títulos que he conseguido, por supuesto que ése debo ser yo; sin embargo, y sé que no me van a creer- lo cual me tiene sin cuidado- no hablaba de mis logros para asombrar a la "autoridad", simplemente era un ejercicio de rutina que esta vez se prolongó un poco más que de costumbre.
Confieso que fui duro con estos pobres, aunque creo, felizmente para ellos -y para mí porque si no me hubieran asesinado al salir- que no entendieron absolutamente nada cuando me burlaba de su oficio: la ignorancia, ¿no?
Tuve que cambiar el lenguaje del discurso para que lograran entender algunos puntos clave que me recomendó el señor Presidente hiciera énfasis, pues veía en aquellos rostros tostados por el sol una confusión gigantesca; pero cómo no: unos a duras penas eran bachilleres y otros compraron el "cartón".
Mi respetable e imponente figura empezó a pasearse por el auditorio. Hablaba 
mirando de cuando en cuando a alguno de los asistentes a los ojos, formulaba 
preguntas que nadie respondía, miraba de soslayo los garabatos que hacían en sus 
libretitas. En una oportunidad lancé una mirada a una libreta que decía "le hubiera 
hecho caso a mi mamá que estudiara para que no fuera policía como mi papá"; en otra "malparido hijueputa"; en otra más "mami vamo a selo con ropa en el asensol"; y en una última -con la que estuve de acuerdo- leí "el cura predica pero no aplica". En fin, me tiene sin cuidado saber en qué pensaban esos individuos en ese momento, está claro que uno de ellos en sexo.

En síntesis: concluía El Seminario. Lo disfruté de pe a pa. Me sentí muy feliz cuando hubo por fin terminado. Hice el ligero repaso consuetudinario en mi cabeza, de tratar de establecer cuál de todos mis seminarios había sido el más exitoso, y si bien creo que éste no lo era, por lo menos estaba entre los tres mejores: el mejor, sin duda, fue uno que hice en Caracas, Venezuela, dirigido a la Guardia Nacional Bolivariana.
Tomé mi maletín, lo abrí, guardé mi laptop y unos documentos sueltos que tenía sobre la mesa. Bebí un último sorbo de agua y me dispuse a salir del lugar. Subía corriendo las escaleras, empero, en el último escalón, un súbito espejo mortal no me permitió pasar: era la mitad de joven, los mismos ojos verdes, las mismas facciones, la misma imponente nariz, la misma boca invisible, las mismas cejas perfectas; total, la misma arrogante expresión. Empecé a dudar, a viajar al pasado, a buscar el error.
Tenía su mirada fija en mis ojos y de vez en cuando en las pesadas gotas de sudor que inquietas empezaban a rodar por mis mejillas.
Rompió el silencio: -Mi madre lo conoce a usted- me dijo. Sentí vergüenza, no 
obstante osé preguntarle: ¿cómo se llama tu mamá?

No tiene sentido mencionar la respuesta, tampoco los pormenores... Lo único que les puedo asegurar, si la memoria no me falla, es que pasó una sola vez, quizá dos.

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