“Un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él.”
Jean Paul Sartre
La vida-obra del escritor indigenista y antropólogo peruano José María Arguedas Altamirano (Andahuaylas, 18 de enero de 1911 – Lima, 2 de diciembre de 1969), es un documento histórico antropoficcional (una suerte de fusión entre antropología y ficción, es decir, el estudio del hombre a través de la ficción) que está colmado de elementos autobiográficos, pues toma desde muy temprano su trágica experiencia de vida como ejemplo sobre la situación del hombre y la mujer andinos. Esto le permite hablar con propiedad del indígena peruano, lo conoce porque convivió con éste, y adquirió su lengua, el quechua, como lengua materna. Arguedas se sentía indio entre los blancos y blanco entre los indios, "un blanco aculturado por los indios" diría Ángel Rama (1985); este conflicto cultural es producto del desarraigo de que fue presa desde muy niño y se verá reflejado en su obra como un tema recurrente.
José María Arguedas fue un hombre que conoció la maldad a muy temprana edad como tantos otros niños serranos de su época, y se reconoció en un universo dicotómico, como señala Ángel Rama, entre dominadores y dominados, decidiendo ser el portavoz de los últimos, y no servidor de los primeros; característica esencial de la etnoliteratura o literatura popular, ya que se presenta como una desviación del canon impuesto.
La producción literaria de Arguedas condensa tres características básicas que Hugo Niño señala en su ensayo El etnotexto como concepto; éstas son: ficción, documentalidad y testimonio. A partir de estos conceptos vamos a entender la obra de Arguedas no como un mero producto estético ficcional, sino como un documento antropoficcional serio que da cuenta de la difícil situación de los indígenas del Perú, respecto al maltrato que recibían de los gamonales, es decir, de los dueños de la tierra, de los poderosos, estas familias serranas. Lo interesante es que Arguedas describe al hombre y a la mujer andinos y la vida en el Ande a partir de lo que sufrió en carne propia cuando era apenas un chico. En palabras del mismo Arguedas, en un discurso que pronunció en la ciudad de Arequipa en el año 1965 en el Primer encuentro de narradores peruanos: Voy a hacerles una confesión un poco curiosa: yo soy hechura de mi madrastra. Mi madre murió cuando yo tenía dos años y medio. Mi padre se casó en segundas nupcias con una señora que tenía tres hijos; yo era el menor, y como era muy pequeño me dejó en la casa de mi madrastra, que era dueña de la mitad de un pueblo; tenía mucha servidumbre indígena y el tradicional menosprecio e ignorancia de lo que era un indio, y como a mí me tenía tanto desprecio y tanto rencor como a los indios, decidió que yo había de vivir con ellos en la cocina, comer y dormir allí.
Escribe por una necesidad de reconciliación social, claro, pero fundamentalmente por una razón de tipo personal, ya que el motor de su pluma fue el sufrimiento que suscitó el desarraigo, lo que ocasiona “sacar al indio de su tierra para llevarlo al bullicio de la ciudad”, como él mismo diría en Warma Kuyay, un lugar que no comprende y donde tampoco es comprendido. Por tanto, podríamos decir que la obra de Arguedas fue su vida; es decir, no podemos separar "vida y obra" como normalmente se hace con otros autores, sino que en su obra está inmersa su vida. Dicho de otro modo: la producción literaria y antropológica de Arguedas, que es una sola (producción antropoficcional), se puede comprender como un proceso catártico personal y promotor al mismo tiempo de una catarsis social, que era su objetivo, presentarle al Perú y al mundo otra visón de la vida indígena hasta ahora desconocida por muchos, e ignorada por todos. Empero, ¿qué se entiende por catarsis? ¿Es la obra de José María Arguedas el producto de una catarsis? Freud diría que la catarsis es una descarga de emociones y afectos ligada a recuerdos o experiencias. A partir de este breve concepto y del conocimiento que tenemos de la ya mencionada trágica vida de Arguedas, podemos entender su técnica de creación literaria como un proceso de catarsis donde el autor de cierta manera libera esos recuerdos que alteran su consciencia o su equilibrio mental para transformarlos en un modo de sanación y trabajo tanto personal como colectivo, donde trata de subsanar todo eso que alguna vez le lastimó en sus primeros años de vida (y le iría a lastimar por el resto de sus días hasta el día que decidió terminar con su vida), pero que al pasarlo al papel se convierte en un producto literario y científico al mismo tiempo. De este modo, podemos decir que el sufrimiento de Arguedas fue –y es- el de todas las gentes del Ande, ya que entendió el problema indígena al posarse en las dos orillas de esta caudalosa quebrada cultural. Este proceso catártico sirvió también para mantener vivo el legado de su cultura, la que él defendía y presentaba de una manera diferente a la que venían trabajando los anteriores indigenistas, mostrándole al Perú y al mundo entero el trasfondo cultural y social de lo que era en realidad un indígena, la esencia y lo que significaba serlo, ante el desconocimiento abismal de lo que era verdaderamente un indio.
En Warma Kuyay (1933) (amor de niño), como lo indica José Miguel Oviedo, es uno de los cuentos más conocidos del autor y acaso el primero que fue publicado. En este relato están presentes los temas que tanto preocuparon al autor: el desarraigo o migración indígena del campo a la ciudad, la ignominia y la opresión, temas que constituyeron su propia experiencia de vida. Arguedas conoció la maldad desde muy temprana edad, como ya lo habíamos mencionado, y supo que quien la perpetraba era quien tenía el poder, por eso se forjó la siguiente visión política: se dio cuenta de que los que tenían el poder eran malos. Tampoco le era ajena, y acaso con rabia la percibimos en el relato, la cobardía de que era presa el indígena serrano frente a un gamonal o terrateniente, mas no frente a la naturaleza salvaje que lo rodeaba o frente a un semejante, cosa que no entendía el pequeño Ernesto, alter ego del niño José María, en Warma Kuyay.
Por otra parte, hay que decir que la lectura de la obra de Arguedas puede resultar compleja al estar, como él mismo lo diría, “quechuizada”; es decir, llena de quechuismos o expresiones en quechua, pues revelaría en algunas entrevistas y ensayos que le era muy dificultoso castellanizar sentimientos o emociones que él había interiorizado en quechua desde niño. Lo anterior se debe a que aprendió primero el quechua que el castellano, lo que le permitió interiorizar primero
expresiones y sentimientos propios del quechua, elementos que trata de expresar en su obra no con poca dificultad en castellano.
Para concluir, podemos decir que la obra de Arguedas, al estar tan impregnada de elementos autobiográficos, conduce de manera implacable al lector a la reflexión, pues vemos la vida de un hombre envuelto en una cultura golpeada por ideologías de pensamiento adverso, antagónico. Por ello, se trata de presentar la vida-obra de este autor como un producto que justifica la importancia de la protección y entendimiento de la cultura indígena, a través de la visión de los hombres y mujeres de los andes, usufructo de la antropoficción producida por Arguedas; es decir, el conocimiento que nos proporciona el autor acerca de los modos de sentir, pensar y actuar del indígena peruano a través de su ficción.
Reconocer el mérito de José María Arguedas, nos lleva a emprender un viaje en lo profundo del sentimiento y la sangre andina, siendo eficaz en lograr conectar la intensa sensibilidad que nos envuelve de sus escritos destacando ese valor histórico desplegado abiertamente en la arquitectura de sus letras con el objeto de mantener vivo su legado desde la postura de ese indio real, fuerte pero también cargado de tristeza y amargura. Sin duda, la confesión personal presente y el impacto generado a través de ésta, es una forma de dimensionar el alma al desnudo de todo un pueblo ceñido a la esperanza de hallar en la literatura, la mejor manera de sacar a la luz su verdadera esencia, con la convicción firme de recordar siempre quiénes son.
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